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Mensaje del Sr. Presidente de la República del Perú Dr. Alan Garcia al XVII Congreso de la Internacional Socialista

Al inaugurar el XVII Congreso de la Internacional Socialista que agrupa a 75 movimientos políticos y representa a cientos de millones de ciudadanos del mundo, saludo la presencia de nuestros compañeros de ideales y esperanzas. Han venido desde los 5 conti­nentes, hablan diferentes lenguas, forman diferentes razas, repre­sentan diversas historias. Pero vienen a reunirse con un solo senti­miento: la solidaridad. La solidaridad como principio rector de la democracia y el socialismo. Han venido a pesar de los actos de violencia con los que el totalitarismo y el crimen buscaron detener y empañar esta reunión. Han venido a pesar de la interesada cam­paña en la cual se han difundido escandalosamente noticias sobre el Perú buscando crear temor entre quienes debían concurrir. Pe­ro han venido levantando la bandera de su solidaridad por la mar­cha del socialismo porque confían que las banderas de la dignidad y la justicia no se inclinarán ante las dificultades. Por eso, al co­menzar esta asamblea como un saludo de acción y compromiso les digo que este es el gobierno de todos ustedes porque es de todo el pueblo del Perú, no se detendrá.

Enfrentando la crisis más profunda de la historia peruana y recogiendo los resultados de muchos años de dominación, injus­ticia y error, el gobierno no se detendrá. El Gobierno del Perú mantendrá sin dar marcha atrás su posición respecto a la deuda ex­terna que agobia a los países más pobres impidiendo su desarrollo y no se rendirá ante el Fondo Monetario Internacional. El gobier­no del Perú mantendrá invariable su defensa de la soberanía conti­nental amenazada por el intervencionismo imperialista en Centro-américa y apoyará sin reservas ni subterfugios la causa revoluciona­ria del pueblo de Nicaragua. El gobierno del Perú hará de la crisis un instrumento de conciencia social y una palanca para la democra­cia. El Gobierno del Perú mantendrá como objetivo una revolución democrática que nos permita construir una sociedad de libertad, de igualdad y de solidaridad.

Pero el Gobierno del Perú defenderá además el orden naciona­lista y popular de una democracia. Algunos piensan que la democra­cia para ser diálogo tiene que ser débil frente al poder económico o frente a la violencia criminal o antipopular y yo les digo que el orden nacido de la voluntad ciudadana por el cambio tiene que ser paciente, generoso, pero también severo. Porque la democracia popular no puede ser débil ni dejarse sustituir por la violencia, eso sólo le daría la razón a la fuerza bruta. Cuando el pueblo vota por la justicia y el nacionalismo, vota también porque se respete su decisión.

Cuando se preparaba la reunión de los socialistas del mundo y en presencia de los periodistas de muchos países, se concertó la captura de varios penales por delincuentes terroristas, tomando rehenes y armas. También se asesinó en los últimos días a numerosos­ ciudadanos y miembros de las fuerzas del orden. Todo ello pa­ra someter nuestra democracia a un chantaje ante los demás pueblos de la tierra, coincidiendo así esas criminales acciones con los desig­nios del poder económico que subyuga el destino de la humanidad.

Ante todo el mundo, el gobierno a través de sus representantes invocó a los amotinados deponer su actitud. Una comisión de paz formada por hombres de buena fe acudió a las cárceles a implorar, a suplicar que se evitaran sucesos dolorosos, eso no se logró y el esta­do ha debido hacer prevalecer su autoridad, con la consecuencia dramática de muchas muertes, algunas de las cuales son de miem­bros de las fuerzas del orden.

Pero se ha rescatado el principio que es fundamental, la auto­ridad. No es la fuerza bruta de una dictadura ni de una tiranía. Es la autoridad y la fuerza moral del pueblo. Es la autoridad y la fuer­za inflexible de la ley porque el gobierno debe ser firme y severo para hacer respetar al pueblo, porque sólo con esa autoridad popu­lar emanada del sufragio construiremos un estado nacionalista y democrático que abra las puertas a la sociedad de los hombres li­bres en la que no haya ni explotación, ni odio, ni injusticia.

Estos propósitos nuestros son nuestro mejor saludo a los so­cialistas y demócratas del mundo, y nuestro mejor homenaje al es­píritu amigo y tutelar de Oloff Palme, nuestro compañero muerto que impulsó el socialismo democrático que fue defensor y aliado de los pueblos pobres y que hoy es mártir de la humanidad en su lucha por el futuro. Les doy la bienvenida en nombre del pueblo peruano y de su democracia renovada. Pero además les doy la bienvenida en nombre de la gran figura de la justicia social de América Latina que enarboló el antiimperialismo como principio revolucionario y convocó por 60 años las multitudes a la causa de la justicia. Los saludo en nombre del fundador de la Alianza Popular Revolucionaria Americana, en nombre de Víctor Raúl Haya de la Torre.

Esta es la primera ocasión en la que un congreso mundial so­cialista se realiza en América Latina convirtiéndola así en el esce­nario de un diálogo histórico entre quienes vienen de los pueblos más ricos y desarrollados de la vieja Europa y quienes representa­mos a los países del Tercer Mundo a los que llegó el capitalismo como dominación imperialista y a los que a comienzos de siglo llegó el mensaje socialista planteándose como una solución. Aquí estamos con diferentes nombres y doctrinas, buscando iden­tificar los objetivos comunes de nuestras luchas pero de otro la­do reconociendo la diversidad cambiante de nuestros pueblos y nuestras historias.

Y lo asumimos cuando la deuda externa agobia a los pueblos pobres, cuando el poder económico de los países ricos muestra sus limitaciones mundiales, cuando el imperialismo amenaza a los más débiles, cuando la carrera armamentista de los grandes y los chicos muestra la irracionalidad profunda de nuestra época, cuando los fundamentalismos ideológicos parecen llevamos a la muer­te. Pero nos juntamos porque creemos en la igualdad de los hom­bres y los pueblos, porque somos socialistas en la obra humana y porque creemos en la libertad.

Hoy el orden mundial experimenta la más profunda crisis de su historia. Ni el sistema de países capitalistas, ni el sistema de países estatistas han dado respuesta a los problemas del desarrollo histórico. En verdad lo que está en crisis es la concepción contem­poránea que trató de unificar el mundo a partir de los Estados Unidos y de Europa como centros del poder económico y políti­co mundial. Por eso comprobamos cómo los movimientos políti­cos que surgieron cuestionando el orden mundial han terminado coparticipando en ese orden y traicionando los principios de la revolución social.

Y entonces una vez más se impone la tarea de continuar la definición de la justicia y la libertad como objetivos para enten­der que es lo que nos une a quienes con nombres políticos diver­sos nos juntamos en este congreso y para eso debemos reconocer primero nuestra igualdad plural. Lo que por largos siglos hemos llamado civilización occidental ha sido siempre una pretención etnocéntrica. Desde que los pueblos imperiales llamaron bárbaros a los demás, la continuidad de Occidente ha sido la voluntad do­minadora de imponer iguales principios.

Paradójicamente esa civilización construida afirmando la supe­rioridad de un grupo cultural y humano sobre los demás, a pesar de reconocer las diversidades de la especie humana buscó siempre afirmar su cultura como la cultura e imponer su civilización como la civilización. Por eso el socialismo al identificarse como científico y europeo hace un siglo fue invadido por la lógica y espíritu y las fi­nalidades del sistema que se planteó destruir desnaturalizándose ante otros pueblos al presentarse como una doctrina total de pene­tración.

Los hombres de este siglo, los que creemos de verdad en el socialismo como derecho a la existencia, no podemos abandonar­nos a ese prejuicio occidentalista. No buscamos la diferencia para imponer un grupo sobre otro, por el contrario buscamos lo humano, lo homogéneo, lo que nos une como miembros de la especie huma­na y decimos que a pesar del espacio y el tiempo, nos unen el afán de la justicia y la libertad para la construcción de una sociedad cua­litativamente superior.

Este punto de vista es muy importante, pues al reconocer que desde diferentes situaciones se puede compartir los valores del so­cialismo, se está reconociendo que sus objetivos no son un futuro inevitable, ni son exclusivos a una sola etapa, sino que dependen de nuestra acción, de nuestra voluntad.

El socialismo y la democracia social no son la convicción ra­cional de lo inevitable, eso sería caer en el fatalismo, por el contra­rio son la fe que motiva nuestra acción y es porque rescatamos esa voluntad por lo que estamos aquí unidos. Ahora creo impor­tante hacer un rápido resumen de cómo los latinoamericanos vi­mos el avance, la construcción del socialismo democrático y sus conceptos en el mundo.

He dicho que la justicia y la libertad son los objetivos comunes del progreso social, pero somos conscientes que desde el siglo XIX y debido fundamentalmente a la inmortal concepción de Carlos Marx los objetivos revolucionarios se identifican con la concep­ción socialista. También porque el socialismo como palabra tiene una raíz y una semántica que dieron enorme atractivo a la doctri­na. Socialismo significaba vocación colectiva por superar el egoís­mo individualista. Socialismo significaba superar el provecho per­sonal por la satisfacción de las necesidades humanas. Socialismo significaba dignidad, bienestar y gestión de todos. El nombre mismo de la doctrina y su raíz en la palabra social la hizo bandera fundamental de multitudes que sintieron su llamado sin entender tal vez la complejidad de sus conceptos.

Así desde el siglo XIX, revolución se identificó con socialis­mo. Fueron múltiples las acepciones y doctrinas, los modelos y las figuras protagónicas pero el socialismo como término mágico unificó casi todas las concepciones por la justicia.

Por eso de todos los significados del socialismo se levantó triunfadora la doctrina marxista del socialismo científico porque se presentó con la fuerza de una estructura racional metodológi­ca y porque en su interpretación más difundida proclamó que el sistema socialista era el futuro inevitable, que aguardaba a la hu­manidad.

Esa fue, conviene recordar, la concepción del socialismo que llegó a la América Latina y al Perú. Sin embargo, debemos desta­car que antes que la revolución soviética diera el rango de proyec­to social al socialismo científico, ya la América Latina había sido sacudida por eventos sociales de profundo carácter revolucionario como la Reforma Universitaria y la Revolución Mexicana.

A esa América Latina del 1920 predominantemente agraria, ajena aún a la urbanización y al industrialismo, llegó el llamado centralista de la III Internacional. Hoy al hacer el balance de esos años de aguda crisis y debate conceptual podemos concluir la forma cerrada y colonial con la cual se presentó entonces el socia­lismo a la joven generación que en esos años incursionó en la po­lítica. Era una interpretación del socialismo que en lo sustantivo proclamaba la linealidad de una sola historia para todos los pue­blos. Así la vocación socialista para la unidad de la especie huma­na fue superada por la centralización histórica de una sola doctri­na. Contra esta concepción desde los primeros años de este siglo se alzaron voces en el continente señalando el europeísmo de esa concepción cuyo carácter etnocéntrico estaba invadido por la ló­gica misma del capitalismo expansivo.

El socialismo científico que en esos años se impuso se proclama­ba como una estructura conceptual cerrada, como una verdad absoluta cuyo futuro necesario se extraía de su propia lógica y de su necesidad teórica antes que de la realidad. El socialismo que enton­ces se impuso proclamaba como inevitable un modelo social, una sola forma de propiedad superando a las otras, y se apoyaba en un solo actor histórico portador del futuro: el proletariado industrial.

Pero esa misma concepción que planteaba en su filosofía la abolición del estado burgués como agente de dominación represen­tó el origen de un nuevo actor social una institución que tendría un carácter pasajero y transicional para luego desaparecer, pero en vez de desaparecer se ha consolidado como expresión de lo que malamente algunos llaman socialismo real. El Estado burocrático y omnipotente como arma de una nueva burguesía.

Esa concepción del socialismo se vio fortalecida por el triun­fo de la revolución soviética que le dio carta de autoridad ante el mundo. Sin embargo, la autoridad que concede el triunfo es a ve­ces pretensión pasajera que conduce a muchos errores. Y desde esos años hasta hoy somos testigos de cómo esa concepción conta­giada de occidentalismo tendió a afirmar la unificación del mundo a partir de los centros de poder económico y político, ha culminado coparticipando en la estructura del orden mundial cuya destrucción proclamó y es hoy parte de la estructura bipolar que amenaza al mundo con sus armas y su rivalidad.

Lo que me toca destacar ahora es que en los últimos 60 años en la América Latina se dio un vigoroso impulso para reconstruir los criterios revolucionarios a la luz de la realidad continental. Fue una lucha real por perfeccionar los objetivos reconociendo las di­versidades reales que no pueden centralizarse o unificarse en su his­toria lineal. Fue una lucha por comprender que el socialismo se integra con la cultura y la realidad cambiantes. Así, mientras en Europa los conceptos de una doctrina cerrada eran criticados y su­perados por la práctica social, en América Latina ya desde comien­zos de siglo la misma creación teórica se produjo con anticipación. En 1918, el movimiento juvenil de la Reforma Universitaria naci­da en Argentina fue una profunda transformación cultural. Los es­tudiantes reformistas denunciaron la predominancia de doctrinas y textos europeos que desfiguraban y ocultaban la realidad latinoame­ricana.

La Reforma Universitaria como un antecedente de lo que en 1968 ocurrió en las universidades francesas, planteó también la pre­sencia de la imaginación en el poder y el descubrimiento de la rea­lidad latinoamericana como un espacio tiempo-histórico incon­fundible con el ritmo de la evolución europea.

La Reforma Universitaria se tradujo en un movimiento polí­tico que acercó a los estudiantes y los intelectuales, es decir las capas medias con los sectores obreros. En el Perú de los años 20 eso lo sumó en una acción conjunta por la reivindicación de las 8 horas de trabajo y culminó en el surgimiento de las universida­des populares como esfuerzos para sintetizar el trabajo con el in­telecto.

Ya entonces fue denunciada la imitación en América Latina de doctrinas y concepciones europeas como el liberalismo adoptado en el momento de la independencia sobre una estructura feudalista del poder o como el positivismo que más adelante justificó dictaduras en el nombre del progreso. Pero también se señaló entonces el carác­ter imitativo del socialismo científico que a comienzos de siglo cre­yó ver en América Latina la historia y realidad europea. Así la Re­forma Universitaria fue una profunda revolución doctrinal y descu­brió que en lo sustantivo teníamos formas sin sustancia, estados sin nación, ritos sin religión, gramática sin lenguaje, código sin derecho, proletariado sin industria. Y entonces se impuso una verdadera y dialéctica concepción para cotejar los conceptos con la realidad.

Pero entre tanto un poderoso movimiento social había influido a la nueva generación antes del año 1917. Ya en 1910 el más gran­de hecho colectivo de la historia latinoamericana había sacudido el continente. Fue la Revolución Mexicana cuya riqueza de contenido popular aún no ha sido totalmente desentrañada y cuya fuerza revo­lucionaria late aún en las venas del México insurgente.

México significó la más objetiva e inmediata opción antiimperialista. Zapata, Villa fueron hacedores de la epopeya contra el po­der imperial, pero además México antes que toda teoría europeo-asiática marcó la entrada en escena del campesinado como fuerza histórica y revolucionaria en el continente. Pero a la Reforma Uni­versitaria y a la Revolución Mexicana como eventos históricos se su­mó la influencia intelectual del anarquismo. Antes aún que a la teoría socialista la doctrina libertaria había iluminado e impulsado los cír­culos obreros impregnando desde entonces a los jóvenes como una certeza: el fin de toda revolución es la libertad del hombre de la ex­plotación del hombre, pero también la libertad de la explotación del hombre por el Estado.

Fue sobre esos cimientos teóricos y sobre estas influencias que llegó el eco triunfal de la revolución soviética y del socialismo cien­tífico. No llegó entonces a mentes vírgenes sino a un continente en trance de revolución. Por eso los pensadores que entonces en Amé­rica proclamaron el socialismo y adoptaron el marxismo lo hicieron críticamente. Uno de ellos fue José Carlos Mariátegui, el inmortal autor de los 7 ensayos que a pesar de todas sus influencias culturales europeas proclamó al socialismo como una creación heroica y afir­mó que el socialismo en el Perú no sería calco ni copia.

Siendo parte de una generación marcada por el nacimiento del APRA como movimiento continental antiimperialista, Mariátegui lu­chó por enriquecer la concepción socialista incorporando a ella la cuestión indígena y la fuerza protagónica del sector intelectual. Mariátegui fue acusado después de su muerte como populista, como soreliano, como voluntarista por el pecado de haber comprendido que el socialismo no es un hecho inevitable y fatalista del futuro, sino una acción colectiva y creadora. Por eso en esos años surgió como un insulto, como una deformación del socialismo el término mariateguista y en nombre del socialismo científico de dictado europeo se ordenó depurar de tales vicios teóricos al movimiento político.

Paralelamente, Haya de la Torre que unió a su condición de pensador su acción organizadora y de liderazgo, formuló su pro­grama político que es el más vigoroso esfuerzo para sintetizar las di­versas influencias que su generación tuvo. En primer lugar, Haya de la Torre asoció la filosofía libertaria con el método social y econó­mico marxista, y así vinculó el socialismo como acción humana para la justicia con la libertad. En segundo lugar, como líder de la Refor­ma Universitaria comprobó que la historia no es para todas las socie­dades, sino diversa y discontinua y entendió que el conflicto del ca­pitalismo estudiado en Europa como la lucha de la burguesía y el proletariado tenía además a nivel mundial y por obra del imperialis­mo, un sentido de contradicción entre los pueblos pobres y los pue­blos ricos.

Por eso definió a la América Latina y su historia como una zo­na de expansión e influencia del capitalismo mundial y señaló como primer propósito revolucionario la construcción de un Estado antiimperialista que rescatando la soberanía histórica, representara a los grupos sociales oprimidos para construir establemente la nación.

El análisis del imperialismo ya había sido anteriormente hecho, pero desde Europa y como fenómeno expansivo. El mérito de Haya de la Torre es haberlo descrito desde el espacio-tiempo de una zo­na a la que el imperialismo llega y haber propuesto ante él la cons­trucción de un Estado nacional antiimperialista. Porque de esta manera se enriquecía la teoría de la política dentro del mismo socia­lismo.

El socialismo europeo había señalado que el Estado era una institución alienada opuesta a la sociedad como medio de domina­ción y había concluido que la misma existencia del estado era una alienación. En América Latina al plantearse la construcción del Esta­do antiimperialista se estaba descubriendo que el estado es como ins­titución y en sí mismo al más poderoso medio de producción porque es el medio de la producción y de la reproducción social, no como el instrumento pasajero, sino como el creador esencial de la sobera­nía y la justicia.

Además, la respuesta al imperialismo era también la respuesta al sistema mundial de la competencia y el egoísmo capitalista. Por eso al constituir la nación expresada en el Estado, se rescataba la so­beranía sustrayendo la nación al sistema capitalista.

Por ello hoy, 60 años después cuando los socialistas del mundo cantan como hace un siglo, arriba los pobres del mundo, deben sa­ber que los pobres ya no están en los países más desarrollados, de­ben saber que los pobres están en los pueblos del Tercer Mundo amenazados por el colonialismo económico y deben comprender que el antiimperialismo es una bandera coincidente con los ideales so­cialistas en cuyo nombre se canta la Internacional.

Pero una segunda conclusión es que la lucha antiimperialista y la construcción nacional no corresponden a una clase definida en sen­tido europeo, sino al conjunto de grupos sociales campesinos, inte­lectuales, obreros y clases medias amenazados por el imperialismo. Y eso marca una gran diferencia con la concepción de clases euro­peas traída a la América Latina a comienzos de siglo porque en Eu­ropa el proletariado es definido como la última clase social surgida de la técnica industrial y que lleva por tanto el futuro en sus manos frente a otras clases sociales que provienen de sistemas históricos anteriores.

Pero en América Latina, en cambio, ante la contradicción fun­damental que es el peligro antiimperialista a la clase obrera que surge de una industria vinculada al imperialismo debe unirse la fuerza his­tórica del campesinado que la Revolución Mexicana reivindicó y además deben sumarse las clases medias cuya vanguardia intelectual fue la hacedora de la Reforma Universitaria. De esta manera, las cla­ses no provienen de sistemas históricos sucesivos como en Europa, sino que son grupos sociales, contemporáneos ante el peligro del imperialismo y que se totalizan en la lucha contra éste.

En este sentido, el concepto de clase social se ve enriquecido y ampliado en los hechos a la luz de una realidad diferente al formu­larse la tesis de un frente único campesino-obrero y de sectores me­dios cuya unidad se da en la lucha contra el imperialismo, acción en la que se hace homogénea su existencia como frente o clase so­cial.

Esta idea anunciada en el lejano 1924 desde México por Haya de la Torre corre paralela al esfuerzo europeo de creación socialis­ta que alcanza en el Congreso Alemán de Bad Godesberg en 1959 la idea de que el socialismo no es obra de una clase obrera industrial sino acción creadora del pueblo en su conjunto.

Pero en tercer lugar y como un desarrollo de la Reforma Uni­versitaria, el aprismo destaca que América Latina cumple los proce­sos de una historia diferente, en ningún caso asimilable a la histo­ria europea y en ese reconocimiento hay una comprobación más profunda, cada sociedad desarrolla su propio espacio-tiempo y los conceptos que definen sus clases y sistemas históricos no pueden ser incorporados sin equívoco a otras sociedades.

Sin embargo, desde historias diferentes y en tiempos distintos hay un solo propósito revolucionario y esto nos lleva al aporte más profundo porque significa que el socialismo como sistema de justicia y libertad no está ligado inevitablemente a un solo sistema o una sola sociedad sino que es obra posible con diferentes méto­dos en todas las sociedades. Así el socialismo no es un sistema ine­vitable del futuro y ajeno a la voluntad. El socialismo y la democra­cia social es un proyecto histórico, es una voluntad, es una fe que se abre paso poco a poco y se construye; de manera tal que la histo­ria no es un juego de sistemas ajenos a la voluntad de los hombres. Los hombres crean la historia ejerciendo su libertad, dando a su lu­cha por el socialismo el contenido relativo de su tiempo y de su es­pacio. La historia es así, el ejercicio de la libertad. Aquí se siente la poderosa influencia del anarquismo libertario sintetizado magistralmente por Haya de la Torre que reclamaba desde los años 20 una sociedad de pan con libertad.

Por consiguiente y como muchos años más tarde lo diría Sartre, no puede concebirse el socialismo sin la libertad. La liber­tad y la democracia no son instrumentos momentáneos de la so­ciedad burguesa, la libertad y la democracia no son apariencias que el socialista debe aprovechar para cancelar después. Por el contrario, justicia y libertad son dos denominaciones del socia­lismo.

Compañeros socialistas y demócratas: yo les pido mil perdo­nes por esta larga reflexión. No era a mí a quien correspondía ha­blar en la importancia trascendental de este diálogo. Debo hacer justicia al pensador de estas ideas, a quien se negó a repetir y a imi­tar ideas ajenas y creó hasta un término, un nombre nuevo, el aprismo como filosofía revolucionaria del continente, pero a la vez estaba abriendo también las fronteras del socialismo moderno.

Por eso he hecho esta reflexión para señalar el itinerario ideo­lógico de los pensadores que en los años 20 y con esas influencias, echaron las bases conceptuales que hoy nos hacen comprender que el socialismo no es autoritarismo y en ningún caso totalitarismo misantrópico de un grupo. El socialismo no puede ser la justifi­cación para la dictadura de un grupo o para el imperio mesiánico de una personalidad. Por consiguiente el Estado tiene que ser demo­cratizado en su sentido político limitando sus atributos de poder por las instituciones democráticas que no son como antes se pensó, libertades burguesas propias a un sistema superable, sino conquistas humanas que el socialismo debe conservar y complementar.

En cuarto lugar, al rescatar el principio revolucionario de la justicia, se asume un compromiso preferencial para los pobres y los explotados en el camino para liberar a la sociedad de todas sus servidumbres. De allí que la democracia se plantea en sus múltiples dimensiones sociales-políticas-económicas-culturales, y de acuerdo a ello el socialismo sea un campo abierto a la supresión de las nuevas alienaciones que el desarrollo va creando y que se plantean como el consumismo materialista cuya expresión más elevada de alienación es la drogadicción y el narcotráfico.

En resumen, lo que caracteriza el esfuerzo doctrinal de Haya de la Torre es el sentido latinoamericano de su teoría. El rescate de la identidad histórica del continente. En suma, la idea de que la teoría revolucionaria es una concepción abierta a la realidad y al de­sarrollo teórico. Así gracias a Mariátegui y a Haya de la Torre, la lu­cha por la justicia social y la libertad, se enriqueció a partir de sus métodos europeos con la realidad latinoamericana y de acuerdo a ella aprendimos que la democracia social o el socialismo no son ni producto de una sola historia económica ni sistema social inevita­ble, ni una sola forma de propiedad, ni producto de acción de una sola clase, ni una verdad absoluta. Del esfuerzo de nuestros pensa­dores aprendimos que era mucho más que eso, y por eso saludamos la Internacional Socialista que en 1951 con su Declaración de Frankfurt abrió el camino en Europa para comprender al socialismo como un proceso de acción humana, como una teoría abierta, como un esfuerzo colectivo, como una creación heroica.

Es por eso que nos juntamos en este diálogo, porque esta orga­nización no pretende una normatividad teórica-práctica-centralista de sus miembros como lo pretendieron otras organizaciones mun­diales. Si nos juntamos es porque nos reconocemos iguales como germen de una democracia internacional ajena al hegemonismo y al espíritu colonial. Nos juntamos sin una definición cerrada, con una voluntad similar, con una fe y lo que es más importante con un compromiso de acción, reconociendo valores universales que no son de una sola cultura sino aspiraciones humanas.

Este es un diálogo en el cuadro complejo de la historia del socialismo y aquí juntamos los caminos de la democracia social de la América Latina y el socialismo democrático de Europa en la unión de grandes objetivos: la libertad, la igualdad y la solidaridad. Y al hablar de solidaridad me dirijo a los socialistas que actúan en sociedades de opulencia o en los gobiernos de los Estados más ricos y poderosos, y les recuerdo que están moralmente obligados a hacer suya la causa de los pueblos pobres de la tierra, a preferir estos in­tereses cuando entran en conflicto con los intereses económicos de sus países o estados porque si olvidaran estas obligaciones éticas y humanas y dieran la espalda a los legítimos reclamos de los pobres de la tierra, no serían socialistas.

Socialistas y demócratas del mundo.

El Gobierno del Perú es un gobierno que lucha por sus ideales y principios, es un gobierno compañero de sus aspiraciones. Muchos han creído a la manera europea que el socialismo solo es posible como distribución de abundancia, y que la democracia es la solu­ción inmediata de los más graves problemas históricos. Están tre­mendamente equivocados.

En nuestros pueblos pobres la justicia es construcción ­paciente, requiere tiempo, esfuerzo, sacrificio, caer en la desilusión o la impaciencia, significa no tener la fuerza y la constancia del socia­lismo. Hoy el Perú, 11 meses después de iniciado el gobierno aprista, vivé todavía bajo el imperio de la más grave crisis de su historia. Los precios internacionales de nuestros productos siguen bajando. Solo por ello recibiremos 500 millones de dólares menos que el año pasado por nuestras exportaciones. El peso de la deuda externa se hace cada vez mayor en la economía del país, y la inflación desata­da por anteriores gobiernos ha sido disminuida pero no detenida para impaciencia de quienes no entienden el Perú como un deber.

Con esos problemas, la reactivación comienza con dificulta­des. La redistribución del ingreso a los sectores menos favorecidos se inicia en medio de grandes complicaciones. En el plano políti­co la credibilidad en el sistema democrático y en el Estado sigue siendo precaria. Durante muchos años le han enseñado al pueblo a dudar del gobierno y muchos votan con esperanza pero están dis­puestos a perderla en muy breve tiempo.

Además, algunos sectores no hacen suyo el esfuerzo del go­bierno, y se esperanzan en la idea de que agudizando la pobreza y el conflicto podrán tener opciones electorales en el futuro. No re­cuerdan de la experiencia de otros pueblos a los que la agudización de los enfrentamientos interesados condujo muchas veces al negro fascismo de las dictaduras.

Y al lado de todo esto está también la violencia política que desde el anonimato del terrorismo expresa quién sabe qué intereses o propósitos criminales. Pero todo esto no nos amedrenta ni nos ha­rá retroceder. Con la misma firmeza que defendemos la ley, defen­deremos al pueblo del abuso y el monopolio.

Compañeros: este siglo nos ha enseñado que el socialismo no es llamado al poder en la crisis de la opulencia como se creyó en el siglo pasado. Llegamos al poder cuando cunde la desilusión, cuan­do los caminos se acortan. Pero ésa es nuestra responsabilidad. Ya sabemos cuál es nuestro papel. Apuremos el trago amargo de la in­comprensión momentánea para abrir el camino de la conciencia y el futuro.

Las elecciones y las opiniones son parte importante de la po­lítica, pero más importante es la verdad y la historia. Por eso yo les digo en este gobierno estamos poniendo a prueba el itinerario ideológico de quienes construyeron la doctrina social de la Amé­rica Latina. Estamos poniendo a prueba la constancia del socialis­mo democrático. Estamos poniendo a prueba la firmeza de la ley.

Hemos dicho que no hay democracia sin antiimperialismo y queremos rescatar nuestro país y nuestro continente del vaivén de los intereses capitalistas del mundo. Fuimos con todos los paí­ses de la América Latina exportadores de materias primas, después sociedades en proceso de industrialización colonial y ahora como consecuencia de ello, solo somos países deudores.

La deuda externa expresa para nosotros la síntesis de la his­toria dependiente de América Latina, La deuda externa expresa los bajos precios pagados por nuestras materias primas, los abultados intereses que unilateralmente cobran y el carrusel financiero de nue­vos préstamos para pagar deudas anteriores. Quien crea en la demo­cracia debe ser antiimperialista, quien sea antiimperialista hoy debe definir su posición ante la deuda. O se está con el sistema irracional en el cual el dinero ha impuesto sus fuerzas maléficas o se está con los pueblos. O se está con los bancos o se está con los pobres del mundo.

La deuda no es una obsesión política de este gobierno. Su in­fluencia determina el nivel de gastos del Estado, el nivel de los sub­sidios a los alimentos de primera necesidad, el costo del crédito in­terno, el nivel de los salarios y por consiguiente la estructura social del país.

Entonces la deuda es el tema central de esta época porque sintetiza en su solución la libertad de los pueblos y el rescate de su soberanía. Pero en segundo lugar luchar por emanciparnos de la deuda es luchar por la cancelación del orden social cuya voracidad de endeudamiento benefició a las oligarquías; y en tercer lugar luchar contra la deuda es rescatar el derecho de nuestros pueblos a pensar y gobernarse económicamente rompiendo las cadenas colo­niales del liberalismo impuesto por el Fondo Monetario como guar­dián del orden mundial.

He ahí, la trascendencia del nacionalismo que pregonamos. Cancelar el hegemonismo de las recetas monetaristas es romper las cadenas de una falsa teoría, hecha para el beneficio de los centros mundiales de la economía y para la miseria y el dolor de nuestros pueblos. Con sus doctrinas han abierto nuestras economías a la destrucción, han devaluado nuestras monedas, han encarecido el crédito, han inutilizado la industria, impulsando las multitudes a la desesperación. Y todo eso en un continente con riquezas agrí­colas, mineras y humanas sin límite. Han relegado y marginado nuestras formas culturales, y todo eso en complicidad con las clases dominantes que cumplieron el rol mayodormil de entregar nuestro destino.

Nacionalismo es para nosotros en adelante decidir nuestro pro­pio destino.

Pero el nacionalismo que enarbolamos como principio de jus­ticia debe ser continental. Siglo y medio de existencia independien­te comprueba que los caminos nacionales aislados están agotados. Debe abrirse paso a la solidaridad del futuro. Así lo hemos dicho al señalar nuestra solidaridad actual con el esfuerzo del grupo de Contadora que es la voluntad política de América Latina para in­terponerse entre un pequeño pueblo hermano junto al cual estamos, y la voluntad intervencionista de una poderoso país. Decimos por eso que este es el momento histórico decisivo, es la hora de los pueblos de América Latina porque las multitudes exigen dejar atrás los subterfugios y abrir las puertas de la historia.

Para nosotros la democracia es la reconstrucción del Estado. Es la democratización de sus servicios y la posibilidad de que par­ticipen en sus instituciones todos los grupos sociales. Por eso nues­tros esfuerzos por satisfacer las necesidades elementales de una po­blación marginada que reclama agua, electricidad y trabajo. Por eso nuestro esfuerzo por rescatar del olvido al Perú andino y del viejo imperio cuya huella pervive en la comunidad campesina de cuyo trabajo solidario queremos tomar el ejemplo para una nueva demo­cracia.

Para nosotros el esfuerzo por la justicia significa superar el odio y el recelo respecto a otros países y por consiguiente limitar los gastos en armas que en la mayoría de los casos solo benefician a los vendedores y comisionistas que tienen por clientes a los mis­mos países cuyos antagonismos promueven. Y aquí nuestro llama­do a los gobernantes socialistas y democráticos de los países más ricos para que cobren conciencia de su responsabilidad histórica. Cómo puede ser socialista un país pobre que se arma contra otro pueblo. Cómo puede ser plenamente socialista un país rico si por el cálculo de la ganancia alienta la producción y la venta de armas e instrumentos de muerte y se vuelve así cómplice de los comisio­nistas y mercaderes del dolor humano. Yo digo que un socialista no debe olvidar que el socialismo es solidaridad por la vida.

Por esa razón también creemos que la democracia debe supe­rar las nuevas alienaciones que el consumismo plantea. De allí nuestra decisión de luchar rotundamente contra el narcotráfico que no es un peligro social de grandes dimensiones para el Perú, pero es una amenaza para las juventudes de otros pueblos cuya defensa asumimos en nombre de la humanidad, hasta erradicar el narcotráfico y hasta las últimas consecuencias.

Pero todo esto en medio de la más grande crisis histórica y afrontando muchas incomprensiones especialmente de grupos socia­les que no son los más pobres. Entonces surge una tentación instin­tiva frente a la presión organizada y política y frente al ejercicio no siempre responsable de las libertades. Surge la tentación instin­tiva de sacrificar la democracia por la crisis y para actuar con más eficacia. Aquí quiero decirles que esta es una prueba dramática por comprobar nuestras doctrinas. Se ha creído siempre que de la crisis debe surgir el fascismo o que frente a la crisis debe triunfar el concepto del socialismo como Estado totalitario. En nombre del tiempo y las ideas les digo que a pesar de la crisis mantendremos la democracia plena hasta que sea madurez de conciencia en todos los ciudadanos.

Defenderemos la voluntad popular y su decisión por el cam­bio, la defenderemos de la desilusión, también de la violencia terro­rista y del crimen que solo representa el odio irracional. A la violencia opondremos la fuerza constante y serena de la ley, porque la democracia tiene que ser orden de justicia. Defenderemos a la de­mocracia de las injusticias que bajo ella se ocultan. Y en verdad les digo que haremos de este nuestro continente un pueblo que venza al imperialismo, que supere la servidumbre de los monopolios y las oligarquías y construya el futuro como lo quiso Haya de la To­rre, en una sociedad de pan con libertad.

Esos son, compañeros, nuestros propósitos, con ellos los saluda­mos y con ellos los despediremos. Son propios sus ideales y son la huella de la lucha de largos siglos. A ellos ofrendamos nuestro tiem­po, nuestras vidas y si caemos luchando por los ideales seremos parte de ellos y esa será nuestra contribución a la larga historia de las ideas y los que mañana vengan escucharán la voz de los que hoy hablamos del futuro. Lleven pues nuestro saludo a sus pueblos, a sus partidos, y cuando vuelvan digan que en las mayores dificulta­des, seguiremos en la lucha, porque tenemos fe, fe en la libertad, fe en la justicia, fe en la solidaridad.

Compañeros:

Bienvenidos en nombre del pueblo. Bienvenidos en nombre de los que tienen esperanza. Bienvenidos en nombre de Haya de la Torre. Bienvenidos al Perú que es patria de los ciudadanos del mundo.

 

Ediciones PARTIDO SOCIALISTA POPULAR

 


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