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El Socialismo y la Nacionalidad

Desde siempre, en muchos de los lugares del país, en muchos barrios, en las peores épocas, en miles de hogares, cada 25 de Mayo, cada 9 de Julio, cada 17 de Agosto, surgen los locros de confraternidad entre los argentinos organizados por las mujeres y hombres del socialismo popular.

Es una lucha de gigantes desenterrar los grandes valores de la tradición nacional para ponerlos al alcance del pueblo fundamentalmente de la juventud.

Los valores de la nacionalidad son enterrados cuando se desintegra la identidad nacional, cuando se desmalviniza, cuando se desnacionaliza Estas fechas patrias, que son como anclas en la raíces de nuestra historia, se olvidan por la dependencia cultural y se pierden con el consumismo que da los medios de comunicación que están a su servicio.

La existencia de la Nación se debe a la confianza de los argentinos en su capacidad para vivir en forma independiente. La existencia de la Nación se debe a que el pueblo de Buenos Aires, en 1806, eligió la dignidad nacional y no los algodones y muselinas que ofrecían los ingleses.

Esta confianza, esta fuerza del pueblo, constituye la esencia de la Nación. A ella acude el socialismo, a ella apela el socialismo. De ella reniegan quienes no ven ta posibilidad de que una Argentina independiente rompa con la usura internacional y rehace definitivamente los valores corruptos entronizados por Martínez de Hoz y aún no desterrados.

El socialismo, que tiene como objetivo la concreción de una Nación solidaria, donde se mejore la calidad de vida de los trabajadores, de los jubilados, de la juventud y de los marginados, sabe que ello no es posible en un país dependiente. En las colonias no hay justicia social, no hay jubilaciones dignas, no hay obras sociales, ni hay posibilidades de realización material y moral para los hombres. Por eso el socialismo plantea una Nación independiente y solidaria. Por eso también la usura internacional y quienes en el país lucran con la permanente rebaja del poder adquisitivo del salario y de las jubilaciones, luchan por borrar la tradición nacional, la fe invencible del pueblo en su capacidad creadora y realizadora.

No es por casualidad entonces que, mientras administraban nuestro país los personeros de la usura internacional, transcurriese en 1978 el bicentenario del nacimiento del General San Martín sin pena ni gloria. No es casualidad que en 1980, en Coronel Moldes, Provincia de Córdoba, se intentara cambiar el nombre de la calle San Martín por el de un extranjero, como no había sido casual que en Buenos Aires se reemplazase el de Scalabrini Ortiz por Canning. Tampoco es casual que en 1982 se rematasen en el extranjero documentos firmados por San Martín y quienes usurpaban el gobierno argentino no expresaran el menor interés por admitirlos.

San Martín no es rentable para la dependencia ni para el consumismo, y por eso desaparece de las paredes y de los libros, San Martín es un ejemplo peligroso para los agentes de ta dependencia, porque San Martín es la posibilidad de ser independientes, es la fé en la capacidad ilimitada de creación y de realización del pueblo argentino, es la convicción de que el futuro pasa por la unidad de América Latina.

San Martín es el que repudia el internismo, la lucha fratricida, es el que no confunde el enemigo, el que desenvaina su sable solo para combatir la dependencia y nunca para combatir a un compatriota. San Martín es el que sabe sumar a los argentinos y no divididos. Su exilio voluntario de por vida fue el precio que pagó por su adhesión inclaudicable a la unidad nacional.

¡Cruzar los Andes! ¡Atacar directamente Lima! Tal era el proyecto que aportaba San Martín. En aquel entonces parecía imposible y sin embargo era lo único posible. El error estaba en las cabezas de los que se empeñaban en repetir las viejas fórmulas que terminaban en derrotas, los viejos caminos que llevarían a un desastre irremediable.

San Martín creyó en el pueblo. Por eso creyó en la posibilidad de la independencia. El pueblo a pesar de los discursos de los colonialistas, también creyó en su propia capacidad para ser independientes. Así pudo Argentina, junto a América Latina, ser libre e independiente, 150 años antes de que se iniciara la crisis final del colonialismo en el resto del mundo.

Hay que aprender de la tradición nacional. Hay que aprender de los que ayer hicieron nuestra historia para hacer hoy nuestra historia. Hay que asumir el protagonismo, dejar la queja y quebrar la dependencia, continuando la tradición que iniciaran los siete jefes criollos de Cayastá. No se podrá mejorar en forma importante y estable la situación de ningún sector de argentinos si no se rompe la dependencia.

Hay que aprender de la tradición sanmartiniana de solidaridad latinoamericana. Hoy, ahora, hay que transformar la solidaridad con - vidas y sangre que concretó San Martín con el pueblo del Perú en una solidaridad real con nuestros alimentos.

Hay que tener la visión y la decisión de iniciar el tiempo de las mayorías del mundo, el tiempo del tercer mundo, el tiempo de América Latina, de África y de Asia. Nuestro tiempo.

Pero nuestro tiempo no es una nube, tiene raíces en nuestra tradición nacional. Por todo esto es que los socialistas, en medio de la crisis más profunda de nuestra patria, nos damos un tiempo para recordar y para pensar en San Martín y su pueblo, el pueblo que creyó en su capacidad, el pueblo que hizo la Patria.


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